viernes, 25 de diciembre de 2009

La flor del Irupé

La flor del Irupé (Leyenda Guaraní)
La palabra irupé significa en guaraní plato sobre el agua, aludiendo así a la forma de sus hojas. Son sus flores de extraordinaria belleza, blancas al comienzo, rojizas al transcurrir algunos días. La leyenda del irupé es de origen guaraní y refiere que una hermosa india, enamorada sin esperanza de la Luna, ascendía a los cerros, a las copas más altas de milenarios árboles de la selva para tenderle sus brazos enamorados. Sólo angustias y dolores conoció la doncella. Cierto día en que lloraba en las orillas de un lago de desventura vio la imagen de la diosa de la noche, reflejarse en la tranquilidad de las aguas. Sin pensarlo, se arrojó a las profundidades y sobre su cuerpo se cerraron aquéllas. Tupa, que conocía los tormentos de su alma, la transformó en el irupé, cuyas hojas tienen la forma de la Luna y hacia ella miran eternamente.
(Texto extraído de la web)

La arañita Ñandutí

Aguapey era un joven bondadoso.
Un día estaba sentado a la orilla de un arroyo.
Vio que una arañita iba a ahogarse en el agua de un remolino. Alargó su mano y salvo al pequeño animalito.
Era una arañita blanca; una ñandutí.
Aguapey amaba a la hija del cacique. Ella también lo quería; pero el viejo jefe de la tribu no quería que se casasen.
Un día el cacique reunió a los jóvenes de la tribu y les dijo:
_ Anahí será esposa de aquel que le ofresca el más precioso regalo.
Aguapey era muy pobre ¿qué podría regalar a su amada?
* * *
Una tarde el joven se alejó de las chozas y se internó en la selva.
llegó a orillas del arroyo y se tiró sobre el pasto. Estaba triste.
Mientras pensaba en su desgracia sintió una cosquillita en su mano derecha. Era la arañita blanca.
_ No te aflijas Aguapey. Yo te labraré un regalo para Anahí.
_ ¿Qué podrás hacer tú tan pequeñita?
_ Ven mañana a esta misma hora y fíjate en la rama baja del lapacho.
_¡Hasta mañana, Ñandutí!
_ ¡Hasta mañana!
* * *
Al día siguiente Aguapey volvió al arroyo. La arañita lo estaba esperando.
_ Aquí tienes el regalo. ¿Que te parece?
Aguapey no podía creerlo que veían sus ojos.
Ñandutí le mostraba un precioso tejido, fino y delicado. Sus hilos parecían de plata.
Loco de contento, el joven se encaminó hacia la choza del cacique.
Cuando los ancianos de la tribu compararon el tejido de Ñandutí con los regalos de los otros jóvenes, dijeron al jefe:
_ Tu hija debe casarse con Aguapey. Su regalo es el más bello.
Aguapey y Anahí se casaron y fueron felices.
La arañita blanca enseñó a la joven a tejer. Y desde entonces aquel tejido tan delicado se conoce con el nombre de la arañita agradecida: Ñandutí.

domingo, 25 de enero de 2009

El árbol de sal

Leyenda Mocoví

Los mocovíes, indígenas del norte argentino, conocen un helecho llamado Iobec Mapic, al que muchos confunden con un árbol, por que tiene un gran porte y puede llegar a los 2 metros de altura.
Dice la leyenda que cuando Cotaá (Dios) creó el mundo hizo esta planta para que alimentara al hombre; la planta se expandió rápidamente y fue de gran utilidad para la humanidad que la consumía agradecidamente.
Neepec (el diablo), sintió envidia de ver lo útil que era esta planta y se propuso destruirlas a todas, de la forma en que fuese necesario y posible.
Se elevó por los aires y fue a las salinas más cercanas, llenó un gran cántaro con agua salada y los arrojó sobre las matas con la intención de quemarlas con el salitre.
Fue entonces que las raíces absorbieron el agua; la sal se mezcló con la savia y las hojas tomaron el mismo gusto.
Cotaá triunfó una vez más porque la planta no perdió su utilidad, ya que con ella sazonan las carnes de los animales salvajes y otros alimentos...

La luz mala



La Luz Mala
A los fuegos fatuos (incendio de ciertas materias que se elevan de las sustancias animales y vegetales en putrefacción y forman pequeñas llamas que se ven en el aire, particularmente cerca de cementerios o lugares pantanosos), el gaucho, que ignoraba su origen, la consideró cosa sobrenatural y le dió el nombre de "luz mala" y la consideró como la representación de un ánima en pena, que según las creencias era el alma de un difunto que abandonaba su sepultura y andaba por el mundo de los vivos para pedir venganza, porque había sido muerto en mala ley o reclamando por haber sido enterrado en el cementerio.
La "luz mala" inspiraba terror supersticioso y su aparición era comentada en todos los fogones. Se recordaban viejas leyendas oídas a los mayores y no faltaba alguno que contara un "trance fiero", en que tuvo que vérselas con una "luz mala", que lo había seguido un largo rato, y de la que se salvó prometiéndole encender una vela a su memoria.
Para librarse de ella es prudente rezar y morder luego la vaina del cuchillo.

El Yaraví


EL YARAVÍ
Leyenda salteña

Chasca Ñaui era la hija menor de un matrimonio quichua que vivía en una tribu, entre montañas del norte. Era una niña todavía, cuando un día oyó hablar de las virtudes de una laguna que se encontraba cerca de allí. Decían que la doncella que se bañara en sus aguas, encontraría el marido anhelado.
Chasca Ñaui creció, transformándose en una hermosa joven y entonces deseó, como las otras jóvenes de la tribu, tener a alguien que la amara.
Una mañana, cuando los amancays y las retamas perfumaban el aire con sus flores, la joven decidió ir a la laguna y emprendió el camino. Cuando llegó, se quitó la túnica de combi y poco a poco se fue sumergiendo en el agua con la esperanza de encontrar a su compañero.
De pronto, el lejano sonido de una quena le advirtió que alguien se acercaba. Salió de la laguna, se puso su túnica ciñéndola a su cintura con una faja de vivos colores, calzó sus pies con ojotas de cuero, arregló sus cabellos y los adornó con flores silvestres.
La voz de la quena sonaba cada vez más fuerte y una dulce esperanza florecía en Chasca Ñaui. Se sentó sobre una piedra cerca de la orilla y esperó. Por detrás de unas matas de chañar vio venir en su dirección, a un joven apuesto. Tocaba la quena como nunca lo había hecho nadie en el lugar ; su música llegaba a los oídos de Chasca Ñaui como un suave canto de amor.
Al verse, inclinaron sus rostros sonrientes en ademán de saludo, y Hayri, que así se llamaba el muchacho, quedó prendado de la joven.
Desde ese momento se vieron repetidas veces, hasta que Hayri, seguro del profundo cariño que sentía por Chasca Ñaui, le pidió que fuera su esposa. Poco tiempo después se casaron y comenzaron a vivir felices en una cabaña próxima a un bosque.
Un día el sol se ocultaba detrás de los cerros y regresaban los dos de una visita a la laguna, inesperadamente se les interpuso en el camino un jefe español, acompañado de sus soldados. Pertenecían a las huestes de españoles que habían despojado a los incas de sus tierras. El jefe español, impresionado por la belleza Chasca Ñaui, la obligó a seguirlo.
Inútiles fueron los esfuerzo de Hayri para que no se la llevaran, pero los soldados azotaron al muchacho hasta dejarlo desvanecido. Cuando despertó, comenzó a buscarla sin tener en cuenta distancias ni peligros, pero jamás la encontró.
Desesperado optó por ir a la laguna. Allí pasaba las horas y los días tocando su quena ; cada nota iba reviviendo todo lo que había sucedido desde el momento en que vio por primera vez a la joven. Poco a poco el canto de la quena se fue haciendo más triste, hasta fijarse en una única melodía que reflejaba todo el dolor de su alma. Su vida se fue apagando, pero su quena sólo se calló cuando dio el último suspiro.
Mucho tiempo después, un joven indio encontró la quena, cuando se dispuso a tocarla, del instrumento sólo brotaba aquella triste melodía que creara Hayri antes de morir. Al escucharla en la tribu, todos recordaron a la pareja :

"Dos amantes palomitas
penan, suspiran y lloran
y en viejos árboles moran
a solas con su dolor"

Así nació el yaraví.

Glosario :
Yaraví : cantar que expresa el dolor producido por una pena de amor.
Chasca Ñaui : ojos de lucero.
Hayri : veloz
Combi : tela fina de vicuña

El domingo siete

El Domingo Siete
Por Luis Borelli

Hace tiempo, en un olvidado pueblito de Salta, habían dos hombres que tenían inmensos "coto-bocios". Cuentan que los cotos eran tan grandes que los hombres cuando salían a la calle, tenían que hacerlo con una carretilla "porta-coto".
Uno era Ramón, y el otro Jacinto. Ramón era tímido, razón por la cual se cansó de las burlas y un día resolvió alejarse para siempre, de su pueblo natal. Jacinto, el otro "megacoto", era extrovertido, fanfarrón, y quizá, por eso, soportaba las pullas, aunque también vivía atormentado.
Ramón, resuelto a irse del pueblo, se echó al monte, tomó su carretilla "porta-coto" y partió con sus pertenencias. Caminó tarde y noche, por selvas y montes, hasta que cansado se acostó a dormir. Al día siguiente, continuó adentrándose en la espesura.
Al segundo día, encontró un árbol inmenso, que tenía muy limpio los alrededores. Inspeccionó el lugar, observó su copa y descubrió que era posible subir con el "megacoto" a cuesta. Ramón, convencido de que estaba en el lugar que tanto había buscado, decidió eligir ese hermoso Pacará para que sea su vivienda, vaya a saber por cuánto tiempo. Acomodó sus cosas, hizo fuego y comida, y al final, subió como pudo hasta la rama más alta y gruesa para pasar una noche tranquilo. Se acomodó y a poco, concilió el sueño. Durmió hasta pasada la media noche, cuando se despertó por el barullo de conversaciones que no entendía, pero que venían desde bajo del árbol.
Se asomó con sigilo por entre el follaje, y vió unos bultos que parecían estar participando de una curiosa reunión. Creía estar viendo visiones, pero a poco cayó en cuenta que estaba frente a una salamanca, los cuales al parecer habían hecho la limpieza alrededor del árbol y, luego, prendido una gran fogata de la cual emanaba un fuerte olor a azufre, mientras uno de los seres del Averno tiraba sobre él, víboras, sapos, ranas, serpientes, lagartijas y culebras.
Vió que después de prolongadas conversaciones, los "astudos", aferrados de las manos cantaban y bailaban alrededor del árbol, como si fuera una ronda, diciendo: "Lunes, martes, miércoles tres"; "lunes, martes, miércoles tres"; y así sucesivamente. Tanto repitieron los estribillos, que Ramón, cansado, gritó: "¡jueves, viernes, sábado seis...!".
En el acto, el fuego se apagó, los diablos quedaron paralizados y levantaron sus miradas, en un silencio sepulcral. En la oscuridad, los saltones y rojizos ojos de los mandingas -que pueden ver en las más espesas de las noches- buscaban en lo alto del Pacará, al autor del canto, hasta que descubrieron a Ramón, que espeluznado tiritaba "coto i'todo" en las alturas, ya arrepentido de haber pronunciado palabra alguna.
Los maléficos, de un solo salto bajaron a Ramón, que horrorizado esperaba ser sometido a los peores castigos del infierno. Ya en el suelo, fue mantenido en andas por las manos "quemantes" de sus captores que apestaban a azufre y huevo podrido.
Así permaneció hasta que Satanás en persona se hizo presente con toda su pompa, se acercó y le dijo: "Tu nuevo canto me gusta y estoy agradecido, razón por la cual te concedo una gracia, cualquiera que sea, en el acto se hará realidad". Y dicho esto, Satanás hizo un chasquido con los dedos de "fierro" de la mano izquierda de donde salió una llamarada que iluminó el monte y lo colmó de humo y olor a azufre.
Ramón, sorprendido por la reacción de los diablos -que sonrientes mostraban sus puntiagudas lenguas, sus afilados y grandes colmillos, mientras exhalaban un inaguantable y fétido aliento - pensó deshacerse del coto. Ansiosos y con la sonrisa congelada, las criaturas esperaban la repuesta de Ramón, hasta que éste, con asco y miedo dijo: "quiero que me saquen el coto", y no bien terminó de decir esto, Satanás chasqueó sus dedos, y en el acto el coto rodó por el suelo, rebotando como una bola, hasta caer sobre la cola de un diablo menor, que al moler su extremidad trasera, dio un desgarrante grito, mientras lanzaba tantas maldiciones, que Ramón casi muere de espanto y susto.
Timidamente Ramón levantó sus cosas y emprendió su regreso al pueblo, mientras a lo lejos escuchaba a la diablada, que cantaba: "lunes, martes, miércoles tres; jueves, viernes, sábado seis". Ya en el pueblo, encontró a Jacinto, quien le preguntó cómo se había deshecho del coto. Le relató todo y casi sin escuchar el final, Jacinto salió por el árbol al que subió, y esperó la noche. A las 12 de la noche llegó la diablada, la que mientras esperaban la llegada de Mefistófoles, comentaban sus maldades diarias.
Finalmente con el Señor de las Tinieblas, la fiesta empezó, asiéndose todos de las manos y cantando alrededor del gran tronco, "lunes, martes miércoles tres, jueves, viernes, sábado seis". Jacinto, en lo alto de la copa, no esperó mucho y al escuchar "...sábado seis", a todo pulmón gritó "¡Domingo siete!" y en el acto, todo fue silencio, la gran llamarada se esfumó y los diablos paralizados, buscaban al osado cristiano que había tenido el atrevimiento de nombrar, en esta salamanca-chica, al "Domingo", el día de Dios, y acto seguido, un diablo a coscorrones bajó al pobre Jacinto.
Mandinga, impuso silencio e hizo traer el coto de Ramón que aún estaba a la orilla y se lo adosó al mismo lado del propio, quedando Jacinto con dos cotos. Mandinga, con una palmada hirviente le dijo: "Esto te pasa por opa. ¡Ya te vuá dar que me vengás con un Domingo siete" y dicho a duras penas salió el "superdoble megacoto" con su carretilla.

viernes, 12 de diciembre de 2008

EL COQUENA

En las inmensas soledades de la puna, los ganados están protegidos. Un enanito misterioso, un duendecillo, que todo lo ve, es quien defiende sus vidas de las crueldades humanas. Nadie ha visto a Coquena. Es fama que tiene cara de cholo y viste casaca y pantalón de vicuña. Lleva también diminutas ojotas y ancho sombrero de suave pelo. Desde las alturas contempla sus bestias sin ser visto. Sólo se ha escuchado su silbido, que es mágico llamado. Pero es tal la seguridad de su presencia que todos le temen. Por eso no matan vicuñas ni llamas para utilizar su pelo.
Prefieren cortar suavemente el vellón. Tampoco maltratan a las arrias cuando cargadas de sal, bajan de los cerros. Se cuentan historias, en que justiciero, Coquena ha quitado las llamas a quien no sabía valorar ese don; y como ha premiado a los buenos pastores que, en tormentas de nieve, cuando el viento blanco amenazaba cubrirlo todo, salvan con peligro de su vida su hato de cabras en plena borrasca. Y está su persona tan ligada a los hechos que ocurren por estas regiones, que, en Salta, cuando aparece un forastero, para adquirir provisiones y, tocándose con el codo, murmuran: "Es coquena".

De un escrito de Juan Carlos Dávalos.

COQUENA

Cazando vicuñas anduve en los cerros
Heridas de bala se escaparon dos.
- No caces vicuñas con armas de fuego ;
Coquena se enoja, - me dijo un pastor.

- ¿Por qué no pillarlas a la usanza vieja,
cercando la hoyada con hilo punzó ?
- ¿Para qué matarlas, si sólo codicias
para tus vestidos el fino vellón ?

- No caces vicuñas con armas de fuego,
Coquena se venga, - te lo digo yo
¿No viste en las mansas pupilas obscuras
brillar la serena mirada del dios ?
- ¿Tú viste a Coquena ? - Yo nunca lo vide,
pero si mi agüelo, - repuso el pastor ;
una vez oíle silbar solamente
y en unos tolares, como a la oración.

Coquena es enano ; de vicuña lleva
sombrero, escarpines, casaca y calzón,
gasta diminutas ojotas de duende,
y diz que es de cholo la cara del dios.

De todo ganado que pase en los cerros
Coquena es oculto, celoso pastor ;
Si ves a lo lejos moverse las tropas,
es porque invisible las arrea el dios.

Y es él quien se roba de noche las llamas
cuando con exceso las carga el patrón.

Juan Carlos Dávalos.